Primer viaje a Tailandia

Después de un emocionante vuelo, nuestros pies tocaron tierra en el aeropuerto de Bangkok. Además de la emoción del viaje, estábamos ansiosos por cambiar dinero en el aeropuerto y abordar el tren que nos llevaría al corazón de la ciudad. A medida que el tren avanzaba, las vistas de los bulliciosos mercados callejeros y los templos que se asomaban entre los edificios modernos nos sumergieron de inmediato en la energía de Bangkok.

Llegamos al atardecer, justo a tiempo para sumergirnos en el caos controlado de Chinatown. Las calles estaban inundadas de luces de neón, y los aromas de la cocina callejera tailandesa se entremezclaban en el aire. La oportunidad de probar platos auténticos, como el pad Thai y el mango pegajoso con arroz «Mango sticky rice», marcó el inicio de nuestro amor por la cocina tailandesa.

El segundo día de nuestro viaje en Tailandia fue un inmersivo viaje en el tiempo a través de los templos más icónicos de Bangkok. Nuestro primer destino fue el Gran Palacio, un complejo arquitectónico impresionante que sirvió como residencia oficial de los reyes de Tailandia durante muchos años. Caminar por sus terrenos fue como adentrarse en un mundo de cuento de hadas. En su interior se encuentra el Templo del Buda Esmeralda, que alberga una estatua de Buda tallada en jade. La artesanía meticulosa y los detalles intrincados de la estatua capturaron nuestra atención mientras admirábamos esta maravilla sagrada.

La siguiente parada fue el Wat Pho, un templo famoso por albergar el imponente Buda Reclinado, una estatua de oro de 46 metros de largo. La serenidad del Buda Reclinado contrasta con la magnitud de su tamaño, y su imagen es un recordatorio de la importancia de la espiritualidad y la introspección en la cultura tailandesa.

Finalmente, llegamos al Wat Arun, también conocido como el Templo del Amanecer. Esta estructura emblemática presenta una mezcla de influencias jemer y tailandesas en su diseño. Desde la torre central, se pueden obtener unas vistas impresionantes de los alrededores y del río Chao Phraya. Pero lo más notable eran los fragmentos de cerámica y porcelana que adornaban el templo, brillando bajo el sol y contando historias de comercio y creatividad.

La tercera jornada nos llevó a Ayutthaya, una antigua ciudad que fue la capital del Reino de Siam durante varios siglos. Las ruinas que encontramos en este sitio histórico nos hablaban de la grandeza que una vez fue. Entre los templos y las estructuras en ruinas, el Wat Mahathat se destacó por la imagen de Buda enraizada en las raíces de un árbol, una imagen emblemática que ilustra la naturaleza transitoria de todas las cosas.

Otro punto destacado fue el Wat Phra Si Sanphet, un antiguo templo real que albergaba tres impresionantes estupas doradas. Aunque la estructura central fue destruida, las estupas restantes nos ofrecieron un vistazo a la arquitectura y la espiritualidad de la época.

A medida que explorábamos los restos de templos y estatuas de Buda, podíamos sentir la presencia de siglos de historia que se habían desplegado en estos terrenos. Ayutthaya nos recordó la fragilidad de la gloria humana y la importancia de preservar y honrar el pasado.

Estos dos días de exploración de templos en Bangkok y Ayutthaya no solo nos brindaron una comprensión más profunda de la rica historia y espiritualidad de Tailandia, sino que también nos dejaron asombrados por la arquitectura majestuosa y los detalles artísticos que definen la identidad cultural del país.

La cuarta etapa de nuestro viaje nos llevó a la costa, a la exuberante isla de Phuket y luego al paraíso natural de Phi Phi. La isla nos recibió con su cálido abrazo y una vista impresionante del océano desde nuestro hotel en Long Beach. Sin embargo, la emoción se elevó cuando emprendimos una emocionante excursión que nos sumergió en las maravillas del mar de Andamán.

Maya Bay, inmortalizada por la película «The Beach», era un escondite mágico rodeado de altos acantilados de piedra caliza y aguas cristalinas. Cada rincón parecía sacado de un sueño, recordándonos la belleza intocada de la naturaleza.

La laguna de Pileh, con sus aguas turquesas y paredes de piedra caliza que se elevaban a los cielos, nos brindó una sensación de tranquilidad y asombro. Mientras nadábamos en sus aguas, nos sentimos pequeños ante la magnitud de la naturaleza.

En la isla de Bambú, la paz y la serenidad reinaban. La suave arena blanca bajo nuestros pies y las aguas claras se sumaron a la sensación de estar en un paraíso tropical. Pero el momento culminante de esta etapa fue sin duda cuando nos aventuramos a hacer snorkel con tiburones bajo la atenta guía de expertos locales. Estos majestuosos depredadores marinos nadaban a nuestro alrededor con gracia y curiosidad, creando un momento que quedará grabado en nuestra memoria.

Después de días llenos de emociones y aventuras, nos permitimos un tiempo de relajación en la idílica playa de Phi Phi. Las aguas tibias acariciaron la orilla mientras disfrutábamos del sol y dejábamos que la brisa suave nos reconfortara. A medida que nos tumbábamos en la arena, observamos cómo los barcos de pesca locales se deslizaban en el horizonte, recordándonos la conexión profunda entre la vida en la isla y el mar.

Explorar el pueblo de Phi Phi también fue una experiencia reveladora. Sus calles llenas de vida nos invitaron a sumergirnos en la cultura local. Desde las tiendas de recuerdos hasta los puestos de comida, cada rincón ofrecía una mirada auténtica a la vida cotidiana en la isla.

Regresamos a Phuket en ferry. Y antes de volver a la vida urbana, el paseo marítimo nos regaló una última visión del mar junto a un atardecer de ensueño. Caminar por este paseo fue como una despedida agridulce de las aguas tranquilas y la brisa del océano.

Una cena en un restaurante junto a la playa completó nuestra experiencia en Phuket. Con los pies en la arena y el sonido de las olas de fondo, saboreamos los sabores auténticos de Tailandia mientras el sol se desvanecía en el horizonte en una explosión de colores.

Nuestro último día en Phuket lo dedicamos a la relajación en la encantadora playa de Kata. Las aguas cálidas y cristalinas eran un reflejo del paraíso que habíamos vivido durante nuestro tiempo en Tailandia. Mientras contemplábamos el mar y disfrutábamos del sol, comentábamos sobre la cultura vibrante y la naturaleza impresionante que ofrece Tailandia.

De regreso en Bangkok, el Hotel Amara nos brindó un refugio de lujo donde disfrutamos de una última vista panorámica de la ciudad. El Wat Saket, o la Montaña Dorada, nos ofreció una experiencia espiritual y visualmente impactante mientras ascendíamos sus escalones para obtener una vista de 360 grados de la metrópolis.

Nuestros pasos por las concurridas calles de Bangkok nos sumergieron en la vida cotidiana de la ciudad. Desde los mercados hasta los templos, cada esquina tenía una historia que contar, una sonrisa que compartir y un sabor que experimentar.

Llegó el momento de despedirnos de este increíble viaje. Con la mente llena de recuerdos inolvidables, dejamos Tailandia con la promesa de regresar algún día. Cada templo que exploramos, cada aventura que vivimos y cada momento que compartimos se convirtieron en parte de nosotros, formando un lazo duradero con este país lleno de belleza y profundidad. ¡Hasta la próxima aventura!


¡Muchas gracias por leernos!


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